Múnich está emplazada en el corazón del Viejo Continente y al abrigo de los Alpes. En su escudo aparece, desde el siglo XIII, el Münchner Kindl –niño de Múnich–, que representa a un monje con un libro en la mano. Este personaje hace referencia a la construcción de la ciudad sobre un antiguo monasterio benedictino.
Baviera es el land más grande de los dieciséis que configuran la República Federal de Alemania y concentra casi la cuarta parte de la producción total de la cerveza alemana. La cervecería más visitada de la ciudad es, con diferencia, la Hofbrauhaus, el lugar donde un desconocido Adolf Hitler comenzó su carrera política en 1921.
La historia de esta cervecería se remonta al siglo XVI, cuando fue inaugurada por Guillermo V de Baviera. Durante casi trescientos años su entrada estuvo reservada a nobles y cortesanos. Felizmente, las cosas cambiaron en el siglo XIX y el rey Luis de Baviera permitió que su acceso fuera libre.
En abril de 1919 fue el escenario de la proclamación de la República Soviética de Baviera, una aventura política que adoptó la forma de “democracia de consejos”, al más puro estilo soviético. Aquella administración revolucionaria tuvo una vida muy corta, ya que apenas duró un mes.
El socio 124
Fue tal el éxito que tuvo la cervecería que los clientes permanecían durante horas sentados sin querer ir al baño para no perder el asiento. Esto llevo a situaciones pintorescas, ya que orinaban bajo las mesas y las salpicaduras molestaban a otros parroquianos, lo cual terminaba en altercados con más frecuencia de lo deseable.
Para evitarlo, la dirección de la cervecería puso a la disposición de su clientela largos tubos de madera, de forma que pudieran orinar a través de ellos sin salpicar. Se sabe que algunos preferían llevar de casa sus propios tubos para no tener que compartirlos.
La cervecería cuenta desde hace décadas con seiscientos dieciséis socios, los cuales tienen ciertas prebendas, como por ejemplo beber en sus propias jarras, que se guardan en unos casilleros protegidos con candado, o usar lavabos exclusivos.
Durante más de seis décadas el socio número 124 fue Ludwig Aidelsburger, un electricista teutón que se convirtió en toda una institución en la cervecería, a la que acudía cada semana. Por este motivo, cuando falleció en el año 2012 –a la edad de noventa y dos años–, la dirección decidió no transferir su casillero a un nuevo socio y aún hoy en día tiene la jarra de cerámica de Aidelsburger. Se cuenta que cuatro veces al año es limpiada para que siga en perfecto estado, luciendo como antaño junto a la del resto de sus compañeros.
Viscardigasse: la calle de la vergüenza
Este callejón –conocido como «el de los tramposos»– une Residezstrasse y Theatisnerstrasse y, en él, hay dibujada en el suelo una línea curva dorada. Su origen se remonta a la época oscura del nazismo.
Hitler ordenó colocar un estandarte con el águila dorada y una esvástica en la Odeonsplatz, escasos metros más arriba. Todo ciudadano que pasase por delante del estandarte debía cuadrarse e inclinar su cabeza.
Muchos judíos se resistían y, para evitar la reverencia, en lugar de continuar por Residenzstrasse hasta Odeonsplatz atajaban por Viscardigasse. La curva simboliza el camino que seguían los disidentes y la senda de adoquines de bronce enaltece su valor.
El arquitecto que engañó al diablo
Uno de los iconos de la ciudad es la majestuosa catedral gótica –la Frauenkirche– , que, con sus cien metros, es el edificio más grande de Múnich. Cuenta la leyenda que cuando al arquitecto Jörg Von Halsbach le encargaron su construcción hizo un pacto con el diablo. Satán no interferiría en su construcción y, a cambio, la diseñaría sin ninguna ventana, en caso contrario el arquitecto entregaría su alma al diablo.
Leviatán aceptó el compromiso y la construcción de la catedral se terminó en un tiempo record para la época: veinte años. Una vez finalizada, Haslbach invitó a Satanás hasta la entrada, desde allí no se veía ninguna ventana –ya que lo impedían las columnas– y el diablo se dio por satisfecho.
Encolerizado por haberse quedado sin el alma del arquitecto, antes de abandonar la catedral, dejó su huella en el suelo, impronta que todavía pueden contemplar los turistas advertidos. Curiosamente, el arquitecto falleció el mimo año de su terminación.