En la capital del imperio romano, la prostitución era ejercida por hombres y mujeres de diferentes estatus sociales, que ofrecían sus servicios sin más tabúes que el sexo oral o el sometimiento pasivo.
Había dos tipos de prostitutas: las callejeras y las meretrices. Las callejeras eran las peor consideradas y ejercían tanto de día como de noche. Las mejor consideradas eran las meretrices, que trabajaban solo de noche. No se ha encontrado ninguna evidencia de que el estado tutelara ningún prostíbulo. Estas casas no podían abrir hasta pasada la hora nona (entre la13:30 y las 14:30).
Estos profesionales del sexo estaban dirigidos por el leno o la lena, el proxeneta o la madame. El leno o la madame cobraba una comisión a cada prostituta por el servicio. Eran los encargados del cobro y se quedaban, como mínimo, un tercio o más. Las prostitutas, tenían que pagar de sus ganancias la habitación, ropa y comida. Si eran esclavas, todo lo que cobraban se lo quedaba el leno y vivían en el prostíbulo.
Posiblemente, debido a las malas lenguas de la época, se contaba que Mesalina, la esposa del emperador Claudio, alquilaba una fornice con el seudónimo de Lycisca, y ejercía la prostitución. Un día compitió con la más famosa de estas profesionales a ver quién fornicaba con más hombres, llegando a vencerla.
Por su condición, las prostitutas, no podían mantener contacto con las otras mujeres. Y si participaban en actos religiosos, debían de hacerlo apartadas del resto. Calígula gravó con impuestos a las prostitutas, con una tasa equivalente al precio del servicio.
Además de pagar impuestos, las prostitutas estaban obligadas a inscribirse en los registros para poder ejercer su actividad en el municipio. Se cuentan 32.000 prostitutas inscritas, siendo su día festivo el 23 de diciembre. En Pompeya se han encontrado anotaciones de lo que podía valer un servicio.
El precio más económico eran 2 ases. Si eran jóvenes y hermosas 8 ó 9 ases. Alguna de más famosas, como una tal Attica, cobraba un precio muy alto: 16 ases. En un grafito de Pompeya se puede leer que alguna llegó a cobrar un denario.
«Arphocras hic Drauca bene futuit denario»
(“Por un denario, Arphocrates yació con Drarauca, con plena satisfacción”)
A los burdeles baratos accedían las clases medias, pero el sexo también se ofrecía en las calles, bajo los pórticos de los teatros o en las termas y en los cementerios. Una prostituta se identificaba con facilidad por sus vestimentas y aspecto: cabello tintado de rojo, o peluca del mismo color, y como vestido una toga masculina.
Aunque era una profesión legalizada, las prostitutas no podían casarse con ciudadanos romanos, tampoco podían redactar testamento ni recibir herencia alguna. Los hijos de estas mujeres se consideraban infames, por ello carecían de derechos cívicos y la inmensa mayoría terminaba ejerciendo la prostitución. Según sus especialidades se distinguían diferentes tipos de prostitutas: