Nuestra condición de humanos nos convierte en seres con características que nos son comunes a todos.
Por mencionar una de ellas, podemos irnos al comienzo de nuestra existencia: esa llegada al mundo, sea en cualquier lugar donde toque nacer y en las condiciones que fuesen.
Las desprovistas criaturas son recibidas por otras personas que ya llevan bastante tiempo aquí y que saben mucho sobre cómo se deberá arropar, alimentar y cuidar al recién nacido.
Sin embargo, cada criatura que nace en el mundo posee señales particulares, incluso algunos ya traen consigo ciertos dones que luego pueden derivar en talento.
Esa cualidad es algo que no se puede fabricar, ni siquiera apelando a todos los esfuerzos. Con el talento se nace, es innato, se tiene o no se tiene.
Cuando esas personas que poseen un maravilloso don lo desarrollan, es normal que empiecen a destacar ante la sociedad. Algunos los ven como «triunfadores», aunque quizás ese término sería más aplicable a batallas donde se gana o se pierde.
Tener talento en una disciplina da acceso a demostrar verdaderos logros, los que resultan elogiables para quienes tienen la oportunidad de conocerlos.
Pero también ocurre que existen otras personas que andan por la vida junto a nosotros y que no poseen capacidades destacables, es la gran mayoría, solo que algunos de ellos podrían sentirse frustrados al tener que reconocer sus limitaciones frente al brillo de otros.
Cierto es que no todas las personas tienen la amplitud de criterios para valorar las obras que no son de su autoría.
Algunos reaccionan desde un egoísmo exagerado capaz de degenerar en envidias, las que siempre son malsanas: «Las verdaderas virtudes suelen molestar siempre a otros» decía Hermann Hesse, y cuanta razón tenía.
Considerando la afirmación de Hesse, el planteamiento que surge para abordar éste tema es el siguiente: ¿Por qué algo tan maravilloso como lo es una capacidad superior puede despertar sentimientos negativos en otros? Paradojas de la vida, conductas difíciles de entender…
Lo cierto es que mucha gente sueña con triunfos de esos que les llevarían a una cúspide desde donde poder sentir la admiración y el ansiado reconocimiento de la sociedad en su conjunto (del que quizás carezca él mismo en relación a su evaluación sobre otras obras).
Hoy por hoy, algunas personas que no llegan a triunfar por méritos propios tratan de inventarse falsas conductas exitosas echando mano a técnicas engañosas.
Apelan a discursos colmados de mentiras y buscan el auxilio incondicional de las redes sociales. Desde esos escaparates abiertos al mundo se pueden colgar vidas de cuento fabricadas a placer y voluntad.
«Quien impresiona tanto ha de valer poco, si dentro tuviese realmente algo, quizás no necesitaría ser tan voluminoso», decía Ibries Shoh.
Siempre nos resultará útil llegar a interpretar el comportamiento humano, sobre todo en las épocas que corren.
Se hace necesario un exhaustivo análisis de ésta problemática era del vacío en la que algunos ya se han sumergido, la misma que ha acarreado la nefasta consecuencia del conocido vacío existencial que padece mucha gente, esas personas que van navegando tristemente por mares de placeres efímeros y mundos artificiales.
¿Será que se pretende aparecer como un feliz triunfador de manera ininterrumpida? ¿Será que solo se intenta demostrar a otros?
Si se cae en la problemática de vivir de la pose, pronto dejaremos de reconocernos a nosotros mismos y habremos entrado en una incómoda zona de riesgo de la que será difícil escapar, porque como decía Kafka: «A partir de cierto punto, no hay retorno».
Pessoa decía: «Por más que la gente diga, no dice nada», así que intentemos llevarnos bien con nosotros mismos y seamos felices con lo que somos, es lo que cuenta.
La vida es nuestra, no es de la gente, sabido es que a veces se pierde, a veces se gana, eso es vivir.