En el año 1739, en una gran fiesta celebrada en París, se estableció por primera vez en la historia una habitación con inodoro para hombres y otra diferente para mujeres.
Pero no fue hasta principios del siglo XIX cuando se popularizo el inodoro. Damas y caballeros se retiraban a unos pequeños habitáculos comunes para hacer sus necesidades.
La liberación de la mujer promueve la creación de espacios íntimos
Fue en Estados Unidos donde se popularizó el uso del baño separado por sexos. En el momento en que se aceptó que las mujeres comenzaran a trabajar fuera de hogar y, tal vez por una mentalidad puritana o para evitar tentaciones, se desarrollaron leyes para que ellas contaran con un lugar de aseo íntimo.
En esa época, los espacios públicos y los lugares de trabajo eran de uso exclusivo de los hombres, mientras que los espacios privados pertenecían a las mujeres.
A inicios del siglo XIX, las mujeres dejan el hogar y salen a trabajar. Muchas jóvenes se trasladan a las grandes ciudades industriales y comienzan a trabajar en su gran mayoría en fábricas textiles y, pocos años después, en los primeros grandes almacenes.
Nuevas leyes para el sexo débil
Estas mujeres que abandonan sus hogares son analizadas con preocupación. Los científicos se reafirman y determinan que el cuerpo femenino es inferior y muy diferente al masculino.
Con estos estudios en la mano, los políticos y legisladores de la época redactaron leyes para proteger a la débil mujer trabajadora. Algunas de estas leyes fueron:
- Menor jornada laboral.
- Tiempo de descanso durante la jornada.
- Asientos.
- Prohibición de tareas peligrosas, entre otras.
Estas leyes se adoptaron para promover la moral de principios del siglo XIX, estableciendo cuál era el lugar apropiado de la mujer en la sociedad.
Soluciones adaptadas a la nueva situación social
Para proteger a esas atrevidas mujeres que abandonan sus hogares se adoptan soluciones arquitectónicas y estructurales. Algunos espacios públicos se separan para hacerlos de uso exclusivo para las mujeres.
Por ejemplo, a mediados del siglo XIX, se reservaban vagones de ferrocarril solo para las mujeres y sus acompañantes. Y, a finales del mismo siglo, también se crearon estudios, bancos, tiendas y hoteles solo para mujeres.
El reto de trabajar bajo el mismo techo
La privacidad y la modestia fueron un reto para los lugares de trabajo donde hombres y mujeres compartían un mismo aseo.
Hasta entonces, los servicios de las fábricas y otros lugares de trabajo estaban en el exterior, en espacios privados al lado de los edificios. Su contenido iba a parar a una fosa séptica.
Cuando el agua residual se pudo desechar en un sistema de alcantarillado fue cuando se planteó construir aseos para usuarios diferenciados. Así aparecieron los wáter closet (WC), no desprovistos de preocupaciones sanitarias por miedo a diferentes epidemias y enfermedades.
A la vista de que las mujeres ya no regresarían a sus hogares y de que no dejarían sus lugares de trabajo, los primeros legisladores de Massachusetts y de otros estados redactaron las primeras leyes reguladoras para que las fábricas separaran diferentes áreas por sexo.
Así se crearon servicios, vestuarios y salas de descanso independientes para hombres y mujeres, convirtiéndose en las primeras evidencias de la larga lucha a favor de la igualdad de género.