Así lo afirma el Dr. Andrew Glikson, científico y reconocido profesor honorario en Investigación Geotérmica de la Universidad de Queendsland, en Australia, quien se ha dedicado a analizar diferentes fenómenos climatológicos históricos, así como los inminentes efectos devastadores a consecuencia de la acumulación de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera.
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Aproximadamente un millón de especies vegetales y animales, muchas de las cuales ya han sufrido el impacto, podrían desaparecer en corto tiempo. Una de las razones principales es que, la velocidad en que los gases de efecto invernadero son arrojados a la atmósfera, impide la adaptación a los cambios ambientales por parte de los seres vivos.
Nos acercamos a la catástrofe
La cantidad de CO2 que se encuentra en la atmósfera se mide en base al número de moléculas de este elemento por cada millón de moléculas de una muestra de aire. La Paleoclimatología, mediante el análisis de los sedimentos marinos, los corales, los anillos de los árboles y las rocas, puede determinar cómo ha sido el comportamiento de la atmósfera a lo largo de la historia.
De acuerdo a los estudios del Dr. Glikson, no estamos en los niveles que produjo la caída del meteorito, responsable de la desaparición masiva de especies entre las que se encontraban los dinosaurios. Sin embargo, hace poco más de 200 años, antes de la Revolución Industrial, la cantidad de CO2 en la atmósfera era de 300 partes por millón y, a principios del presente año, la cifra resultó ser ya de 414 partes.
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Ni siquiera cuando se extinguieron los dinosaurios la incorporación de dióxido de carbono a la atmósfera había sucedido de una manera tan rápida, lo que puede significar una seria catástrofe antes de que transcurran demasiados años. Incluso ya estos efectos se reflejan de modo irreversible en lugares como el Ártico, donde los casquetes de hielo se están derritiendo y los osos polares están desapareciendo.
¿Estamos a tiempo?
Lo ocurrido a consecuencia de los dos cataclismos ecológicos anteriores de la historia –el primero como producto de la caída de un meteorito hace 66 millones de años, y el segundo un millón de años después como resultado de la actividad volcánica– fue devastador: la temperatura del planeta se incrementó en, por lo menos, 5 grados, los océanos se volvieron ácidos, el nivel del mar subió tragándose muchas tierras, y el 80% de las especies se extinguió.
Afirma el Dr. Glikson que, si se desarrollara la tecnología adecuada para eliminar el CO2 de la atmósfera y se tomaran las medidas para reducir las emisiones, el planeta podría salvarse. Pero, de acuerdo a las evidencias, parece que estamos lejos de esa posibilidad y, por el contrario, nos acercamos más y más a una debacle medioambiental.
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De esta manera, el ser humano se está labrando su propio futuro, por cierto nada prometedor. Si llegara a sobrevivir como especie, su existencia sería precaria y quedaría confinado a una parte reducida del globo, con muy pocos recursos de los que alimentarse.
La advertencia está elaborada sobre bases suficientemente documentadas y, si bien hay que preocuparse por el coronavirus y las pandemias, el mensaje es “no dejemos que los árboles nos impidan ver el bosque”, porque existen amenazas peores que pueden estar muy cerca, mucho más cerca de lo que imaginamos.