Uno de los castigos más antiguos aplicados al hombre es la pena de muerte, por lo que los orígenes de ejecuciones hechas a personas que hayan cometido un delito considerado de gravedad es de larga data. Son muchas las fuentes documentales que registran los tipos de condenas en distintos contextos, relacionadas con ciertos aspectos, resaltando entre ellos los de connotación religiosa y/o cultural.
Qué hay más allá de la muerte
según la religión, la filosofía, la ciencia y 5 personas que volvieron a la vida después de muertas
Hoy en día, en un mundo inmerso en el tema de la aplicación y protección de los derechos humanos, parece impensable que esta práctica sancionatoria continúe efectuándose. No obstante, la pena capital es ejercida en algunos países, a pesar de que existan leyes, convenios y tratados internacionales que prohíban o estiman la inadmisibilidad de la ejecución como castigo a un criminal.
Varias han sido las interrogantes y dudas referentes a este polémico tema, pero una de las más repetidas por toda la población es: ¿por qué no se ha logrado la prohibición total de la pena capital en todo el mundo? Tal parece que la búsqueda de una respuesta determinante se ha convertido en algo complejo.
Muchos son los factores que han impedido que la abolición de la pena de muerte se concrete: su práctica en Estados de Derecho democráticos, la estrecha relación con leyes religiosas, su aplicación como método disuasivo en la disminución de delitos y el asunto cultural son algunas de las razones que han frenado la supresión absoluta de esta condena.
En la actualidad, la aplicación de la pena capital sigue siendo una materia cuestionada, llegando a decirse que se somete a este castigo a personas que no merecen tal sanción; por lo cual se considera como la práctica más inhumana y cruel de todas las condenas. Han habido casos en los que los condenados a muerte son menores de edad o padecen alguna discapacidad, detalles que han sido repudiados por diversos organismos, como son los casos de la ONU o Amnistía Internacional, institución que ha hecho seguimiento de esta práctica y que realiza esfuerzos para su absoluta abolición.
Se puede definir a la pena de muerte como el castigo o sanción aplicada a una determinada persona que haya cometido delito alguno (por lo general, hechos graves), previo sometimiento a jucio y declaración de la culpabilidad, tras lo cual se decide condenar a muerte; todo este proceso es amparado bajo la legislación del país donde se lleve a cabo esta práctica, por lo que tanto las autoridades judiciales involucradas como los ejecutores directos de la sentencia quedan exentos de toda culpa.
Palabras más, palabras menos, podría calificarse de homicidio secundado, porque es la práctica en la que una persona o grupo de personas matan a otra.
Una de las características más resaltantes de esta cruel condena es que, desde el mismo momento en el que el acusado es hallado culpable y condenada a muerte, comienza su agonía, sobre todo por no saber cuándo tendrá efecto esta medida, extendiendo el sufrimiento hasta los familiares del afectado.
Las prisiones de los países practicantes de estas ejecuciones cuentan con una sección especial llamada corredor de la muerte, donde permanecerán los reos hasta el momento que se cumpla la sentencia, lo cual, en términos generales, se traduce en una prolongada espera, originada por el largo proceso que implica la aplicación de este castigo.
A pesar de que la legislación de los países que usan este método de ejecución como castigo argumenta, a manera de validar esta práctica, que es una manera efectiva para disminuir la violencia, ¿en realidad cumple esa función? Muchos investigadores del tema coinciden en afirmar que, más que una práctica de justicia, resulta ser una venganza que viola todo derecho humano, y que nada ha ayudado a reducir los índices delictivos, por lo que la violencia no puede suprimirse con más violencia.
Otro punto a destacar es que los estudios han arrojado estadísticas en los que se ejecutan a personas inocentes o que permiten catalogar a la pena capital como una sanción discriminatoria, ya que la mayoría de los acusados resultaron ser de bajos recursos o de cierto estrato social y/o étnico – racial.
Como se ha hecho referencia, aún se usa la condena a muerte en algunos países, que toman en cuenta diversos factores para aplicar este cruel castigo que, a la larga, tiene efectos irreversibles.
China encabeza la lista de países en los que más se han hecho ejecuciones; aunque no haya una cifra oficial, muchos hablan de miles de condenados a muerte cada año. Consideran a delincuentes que hayan cometido crímenes políticos, corrupción, asesinato agravado o tráfico de drogas a gran escala, aplicando como métodos de ejecución el fusilamiento y la inyección letal.
Japón engrosa la lista de condenados con pena capital en delitos de traición u homicidio, siendo la horca y el fusilamiento las técnicas de castigo más comunes.
La mayoría de las naciones del Medio Oriente efectúan esta condena, sobre todo por su relación con el islam, el cual repudia y considera como delitos la homosexualidad, brujería, blasfemia o apostasía. Por tanto, países como Arabia Saudí, Irán, Irak, Yemen, Somalia, Afganistán, Qatar, Egipto y Mauritania castigan estas prácticas por medio del ahorcamiento público, decapitación y fusilamiento. Mención especial es la condena aplicada a las mujeres acusadas de adulterio en los mencionados lugares, donde se ejecuta la lapidación.
En el continente americano, a pesar de que la mayoría de sus países han suprimido de su aparato legal la pena capital, aún se encuentra presente este castigo en algunas naciones. En el caso de Estados Unidos, la pena de muerte se aplica por medio de la justicia federal para castigar crímenes asociados a terrorismo, traición, espionaje y asesinatos de sangre, utilizando la inyección letal o la silla eléctrica como métodos de ejecución.
Otros lugares donde se condena a muerte a ciertos delincuentes son Belice, Guatemala, Cuba, Jamaica, Trinidad y Tobago, Guyana, entre otros.
Este controvertido tema sigue dando de qué hablar a la población mundial, contando con detractores y partidarios. Lo cierto es que, con todos los esfuerzos hechos para hacer menos penosa la sentencia del condenado a muerte, no deja de ser una práctica que atenta contra la vida.