Hace años, en el transcurso de una entrevista, Lionel Messi confesó que no le gusta leer. El jugador azulgrana considera que tiene una misión en la vida y todas aquellas “distracciones indeseables” le apartan de su objetivo.
Tampoco fue un gran lector el presidente Adolfo Suárez, algunos de sus biógrafos han subrayado el desdén manifiesto que mostró durante su vida por todo aquello que se relacionase de alguna forma con la cultura.
En el otro extremo, en el de los grandes lectores o amasadores de libros, hay figuras contradictorias, a los que más de uno, seguramente, no les habrían atribuido estas veleidades.
Uno de ellos es el general Augusto Pinochet, que llegó a atesorar una biblioteca con más de cincuenta y cinco mil volúmenes. Un tesoro apilado en torno a relojes, abrecartas y fetiches rancios.
Cuando los técnicos bibliográficos examinaron aquel arca de literatura se llevaron dos grandes sorpresas. La primera, el dictador ocultaba entre los libros una de sus debilidades, las chocolatinas. Y es que su condición de diabético no fue óbice para que se prodigara en este tipo de hidratos de carbono.
La otra sorpresa fue su debilidad por Napoleón, al parecer idolatraba a aquel tipo bajito que tuvo en jaque a media Europa. En los anaqueles del dictador encontraron el “Memorial de Santa Helena” –la autobiografía que escribió durante el destierro–, “Vida de Napoleón” de Nenry Beyle, “Napoleón en el destierro” de Barry O’Meara y un sinfín de biografías más.
En 1999 la casa de subastas Christies`s sorprendió a muchos cinéfilos cuando puso en concurso la biblioteca personal de Marilyn Monroe. Superaba los cuatrocientos ejemplares, entre los cuales se encontraban autores como Dostoievski, Stendhal o García Lorca.
La actriz de cabellera rubia y alborotada fue durante toda su vida una caja de sorpresas. Al tiempo que aseguraba preferir los escotes pronunciados porque no le gustaba que la miraran a los ojos, se entregaba a la lectura sosegada siempre que tenía ocasión.
Una de sus fotografías más famosas fue tomada por Eve Arnold en 1955, en ella la actriz aparece concentrada en la lectura del “Ulises” de James Joyce. Mucho tiempo después se supo que la fotografía fue robada, es decir, se hizo de forma espontánea y no pactada entre fotógrafo y actriz como muchos habían pensado.
Sus “satánicas majestades” –los Rolling Stones– tampoco se quedan atrás en cuanto a lectura se refiere, en especial el legendario guitarrista de la banda, Keith Richards.
En más de una ocasión ha confesado que su gran pasión es la lectura. ¡Quién lo iba a decir! Al parecer, de no haber sido rockero quizás, sólo quizás, habría sido bibliotecario.
Entre los intereses literarios de Keith Richards destaca todo lo relacionado con la Segunda Guerra Mundial y los libros de rock, pero sin dejar atrás las lecturas de Bernard Cornwell o Len Deighton.
Por mucho que nos pese, Hitler adoraba los libros, además de quemarlos. Se cuenta que cuando llegó a Viena durante su juventud apenas tenía dinero para comer, pero siempre que se mudaba de casa lo hacía acompañado de cuatro cajas llenas de libros.
Durante su madurez, cuando no arengaba a las masas con sus acalorados discursos, se entretenía leyendo. En su retiro alpino de Berhof disfrutó, al parecer, de “El mercader de Venecia”, “Robinson Crusoe”, “Los viajes de Gulliver”, “La cabaña del tío Tom” y “El Quijote”.
Se estima que su biblioteca llegó a albergar más dieciséis mil ejemplares. Lo bien que le habría ido a la humanidad si hubiese dedicado más tiempo a la lectura…