Es una opinión general que el arte y la ciencia nada poseen en común. El conocimiento científico se asocia más bien con la actividad industrial, las finanzas o la tecnología. Pero sucede que la ciencia es una herramienta fundamental del arte. Lo cual, además, no es algo nuevo.
Gracias a las matemáticas, en el siglo XV muchos pintores italianos comenzaron a representar la profundidad del espacio. Esto significó un gran cambio con relación al arte producido en los siglos anteriores.
En efecto, este retablo es un buen ejemplo del arte catalán de la Edad Media. Representa a Cristo y los doce apóstoles.
Los rasgos de los personajes aparecen estandarizados y se diferencian entre ellos solo por sus atributos; por ejemplo: Pablo tiene el libro, Pedro la llave, y Cristo se identifica por estar en el centro y tener mayor tamaño que los demás.
El grupo de santos no se ubica en un lugar reconocible, sino sobre un fondo dorado y plano que se asocia con la idea de lo sagrado.
Ver el mundo a través de una ventana
En 1434, el arquitecto Filippo Brunelleschi demostró el uso efectivo de la perspectiva, un método matemático para representar sobre una superficie plana cualquier motivo en tres dimensiones: alto, ancho y profundidad; y de manera realista, tal como se percibe con la vista.
La palabra «perspectiva» viene del latín perspiciere, que en español quiere decir «ver a través».
Desde la antigua Grecia se han producido imágenes en las que aparece sugerida la sensación de profundidad espacial a partir de la observación de la naturaleza, pero de forma intuitiva. No obstante, Brunellesqui lo hizo de manera científica y estableció algunas reglas para sistematizar dicho proceso.
Normas aplicadas
En esta fotografía se observa que los postes de luz se vuelven más pequeños y pierden detalles a medida que se alejan; y los rieles del tren son dos líneas paralelas que buscan unirse mientas se alargan hacia el fondo.
Estas experiencias de visión encontraron base en la geometría y la óptica, y conformaron los principios básicos de la perspectiva.
En un espacio en profundidad realizado con la ayuda de la perspectiva, se identifican ciertos elementos fundamentales; entre ellos están el punto de vista del observador, que generalmente coincide con la línea del horizonte; y las líneas paralelas que convergen en el punto de fuga.
Para el arquitecto León Battista Alberti, el cuadro era una ventana a través de la cual se percibía una porción del mundo visible. En 1435, escribió el tratado De Pictura para establecer las reglas de las artes figurativas.
Alberti decía que el artista ya no era un artesano que solo trabajaba las técnicas, sino un intelectual cuyo arte se basaba en las matemáticas y la geometría.
Es verdad que aún el arte del Renacimiento mostraba la vida de los santos, pero estos eran ubicados en un contexto más humano y terrenal.
Para resolver problemas de representación tales como mostrar dos lados de un objeto o captarlo desde algún punto de vista específico, surgieron varios tipos de perspectiva.
Leonardo da Vinci se servía de la perspectiva aérea. Con la técnica llamada sfumato, o esfumado, graduaba los tonos de los colores para lograr una atmósfera de lejanía en sus pinturas.
Dispositivos tecnológicos para dibujar
Con la perspectiva el espacio se reducía a medidas, distancias y escalas; y para ello se desarrollaron algunos dispositivos tecnológicos para dibujar, entre estos las pirámides visuales, la linterna mágica o la cámara oscura, por ejemplo.
Artistas como Alberto Durero y el mismo Da Vinci, usaban un vidrio con una cuadrícula que colocaban entre ellos y el motivo que deseaban dibujar.
Sobre el papel para dibujar había una cuadrícula igual a la del vidrio, y en cada uno de sus segmentos trasladaban el fragmento del motivo que correspondía al que estaban viendo a través de la cuadrícula del vidrio.
En la película «El contrato del dibujante», de 1982, puede apreciarse la aplicación de la plantilla de Durero:
En su santo lugar
Los elementos de la imagen se disponían según las direcciones de las líneas paralelas que se unían en el punto de fuga. Con ello se daba continuidad al espacio, desde el primer plano hasta el fondo; y la vez se destacaban los elementos principales de los secundarios en la escena pintada.
Los colores, los tonos, las luces y sombras también contribuían a resaltar lo que más importaba de la imagen.
En esta pintura de Piero della Francesca, las líneas convergen en el punto de fuga que coincide con la figura de Cristo flagelado que está ubicado en el fondo, hecho que, según el título, es el tema central de la obra.
En el fresco La escuela de Atenas, Rafael Sanzio representó a los filósofos clásicos. Ubicó a Platón y Aristóteles en el centro y lado superior de la imagen pues eran considerados los principales representantes de la filosofía antigua.
Diego Velázquez pintó Las Meninas, un retrato de la familia real española.
Velázquez aparece a la izquierda pintando al rey Felipe IV y su esposa Mariana de Austria; y este retrato se refleja en el espejo que está sobre la pared del fondo, al lado de la puerta abierta. Siendo así, el punto de vista del observador, que generalmente está fuera del cuadro, está dentro de este.
Velázquez combina la perspectiva lineal y la aérea. Las zonas de luces y sombras y los gestos de los cortesanos guían la mirada del espectador hacia la pareja real, ubicada en el fondo del cuadro, y hacia su hija, la infanta Margarita, quien está de pié adelante en la escena.
Este cuadro no solo es un retrato de la familia real, pues también muestra a Velázquez mientras pinta: él está mirando a través de la ventana de que hablaba León Battista Alberti en el siglo XV.
Por más de trescientos años, la perspectiva fue usada como método científico para dar una ilusión de la realidad tal como la percibe el ojo humano. Su razón de ser original perdió vigencia para los artistas de comienzos del siglo XIX, cuando apareció un nuevo dispositivo tecnológico, la cámara fotográfica.
A partir de aquel momento, y gracias a los principios de la óptica, se reproducen los objetos con fidelidad por medios mecánicos. Esto generó grandes e insospechados cambios en el arte.
José Ignacio Herrera es diplomado en artes plásticas de L´École Nationale Supérieure des Arts Décoratifs, en París. Se ha desempeñado en la gerencia cultural a cargo de los programas educativos y la dirección de instituciones como el Museo de Bellas Artes de Caracas, el Museo Alejandro Otero, el Museo de la Estampa y el Diseño Carlos Cruz-Diez y el Museo de Ciencias de Caracas. También ha sido curador de exposiciones con temas de arte y ciencia para la Fundación Telefónica-Venezuela. Actualmente trabaja para las ediciones de la Fundación Celarg, con temas de divulgación de cultura latinoamericana, y es profesor de francés en la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela.