Ante mis ojos veo pasar, cada fin de semana, la misma escena en un bucle interminable y lleno de desconsuelo que llena mi corazón de tristeza. Cambian los rostros, pero nada más.
Sobre las 12 de la noche, pasan delante de mí grupos de jóvenes que apenas han empezado a vivir, y que quieren vivir y tienen derecho a ello. De vuelta, regresando al lugar indeterminado del que salieron el día anterior, los vuelvo a ver pasar en sentido contrario en torno a las 5,30 de la madrugada, pero ya reducidos a guiñapos tambaleantes por una noche de alcohol y drogas.
No quiero despojar a estos jóvenes de su propia responsabilidad en sus actos, pero tampoco a la sociedad que estamos construyendo. Una sociedad sin valores en la que nos están convirtiendo a todos en productos, en consumidores, en votantes; pero en la que el individuo no importa, no cuenta más que como una fría estadística.
No podemos abandonar a estos jóvenes, porque son el futuro, porque son los hijos de alguien, porque son los nietos de alguien, porque podríamos haber sido nosotros mismos, y porque mañana pueden ser los niños que estén naciendo hoy.
Claro que hay que divertirse, y salir, y vivir; pero otra cosa es que una buena parte de la juventud esté destrozando su vida y los abandonemos indiferentes a su suerte, y los dejemos en manos de traficantes de todo tipo de drogas, de perversos negocios nocturnos e indefensos en medio de todo tipo de violencias.
Los jóvenes tienen buen fondo, y, si les tratas con respeto, ellos te lo devuelven aumentado. Con estas palabras quiero deciros, chicas y chicos, que elijáis caminos de vida. Que no queméis vuestra vida tan pronto. Que la voluntad siempre os aguarda para que cambiéis vuestra vida a mejor. Que sois lo mejor que tenemos. Que el futuro es vuestro y que os debéis preparar para él.
No dudéis que el médico, el ingeniero o el bombero de dentro de diez años, es hoy alguien como vosotros, con vuestros mismos problemas y dificultades. Solo que ellos lucharán y se levantarán si llegan a caerse.
Haced vosotros lo mismo. Construid o cambiad el mundo en el que queráis que vivan en un futuro vuestros hijos, pero, para ello, no debéis rendiros hoy. Por ellos, por vuestros hijos de mañana y por vosotros mismos, siempre merecerá la pena luchar. No dejéis de hacerlo.