Vamos a empezar por el final, que será más rápido. Jorge Díaz, Agustín Martínez y Antonio Mercero se alzaron con el último Premio Planeta (2021) por su novela “La bestia”. Lo hicieron bajo un pseudónimo femenino: Carmen Mola. Es cierto que no han sido los únicos escritores varones que han utilizado como paraguas un nombre femenino pero sí una rareza dentro de la literatura universal. Lo contrario es mucho más habitual.
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Etimológicamente este vocablo viene del griego pseudonymos, formado por pseudo (falso) y onoma (nombre), como en onomástico. Los latinos fueron más de usar “alias”, un nombre relacionado con la frase latina “alia nomine cognitu” que literalmente significa “conocido por otro nombre como”.
Hombres con otros nombres
A finales de los años 70, Stephen King era ya una celebridad, con el fin de comprobar si su popularidad había sido un golpe de suerte y, además, porque los editores solo le autorizaban a publicar un libro al año, comenzó a escribir bajo el seudónimo de Richard Bachman.
Un libro –Steve Brown- observó muchas similitudes entre los escritos de Bachman y los de King, lo cual le llevaría a destapar el secreto. Una vez descubierto el escritor estadounidense señaló en un comunicado de prensa que Richard Bachman había fallecido de un “cáncer de pseudónimo”.
Conocido mundialmente como el autor de Alicia en el país de las maravillas, Lewis Carroll fue un talentoso matemático licenciado por la Universidad de Oxford que publicó una docena de trabajos con su verdadero nombre, Charles Lutwidge Dodgson. En este caso hubo una dicotomía, la literaria y la científica.
Todas para una y una para todas
Si les digo que Currer Bell, Agnes Grey y Ellis Bell fueron hermanas y, además, escritoras, seguramente que muchos se limitarán a elevar las cejas. Si aclaramos que bajo estos pseudónimos se esconden los nombres de Charlote Bronte, Anne Bronte y Emily Bronte seguramente que más de uno asentirá complacido.
Es posible que tampoco sean muchos los que sepan cuál era el verdadero nombre que se escondía en el alter ego literario de George Sand, la autora de “Indiana”, su obra más famosa, que vio la luz en 1832. Bajo ese antifaz se ocultaba la escritora francesa Amantine Auroe Dupin.
Mary Anne fue una autora prolífica de finales del siglo XX y una de las cumbres de la literatura inglesa del momento, junto a Henry James y Joseph Conrad. Para evitar las críticas desairadas no tuvo más remedio que cubrir su verdadera identidad y presentarse ante el mundo literario como George Elliot.
Nuestro país tampoco fue ajeno a la corriente machista que acampó a sus anchas por las editoriales durante siglos, por ejemplo, Cecilia Böhl –la autora de “La gaviota”- se refugió tras la fachada del pseudónimo Fernán Caballero. Un nombre que, por cierto, tomó de una población existente en Ciudad Real.
Ni siquiera la “madre de Harry Potter” se salvó de la quema. La escritora británica JK Rowling escondió su nombre –Joanne- por sugerencia de la editorial, ya que pensaban que de esta forma sus libros tendrían más éxito.
En 2015, la escritora estadounidense Catherine Nichols hizo el experimento de enviar un manuscrito suyo a agentes literarios bajo un seudónimo masculino y se sorprendió con el número de respuestas positivas que obtuvo: 17 de 50. Cuando envió el mismo material usando su nombre, recibió 2 respuestas positivas en 50 intentos.