Desde pequeños estamos familiarizados con los colores y somos muy conscientes de su atractivo y de los diferentes empleos que les damos en nuestra cultura. El negro es para eventos fúnebres o solemnes, el blanco para eventos religiosos, el gris es muy común en el mundo laboral…
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Muchos de estos usos son normativos, es decir, la sociedad dice que es así porque sí (como ocurre con la indumentaria naranja o amarilla de los presos de algunas cárceles en los Estados Unidos y Venezuela). Pero hay colores que tienen un trasfondo psicológico que no se explica solo por las costumbres. Y uno de los que más nos afectan es el color rojo.
¿Con qué se suele asociar el color rojo? Algunos dirán que a lo negativo de las cosas, como los números rojos en la contabilidad; otros a lo restrictivo, como las famosas correcciones con lápiz rojo que hace el profesor en los exámenes. Y, finalmente están los que ven en el rojo todo lo asociado con la pasión y el erotismo.
Todos tienen razón. Pero lo que pocos saben es que este último aspecto tiene una profunda razón no solo psicológica, sino también biológica.
Primero vamos con la psique. Un estudio de la European Journal of Social Psychology liderado por Anne Berthold, descubrió que aquellas personas que se ponían una prenda de color rojo se autoevaluaban en la encuesta como más sexis que con otra tonalidad.
La razón que atribuye la psicóloga es que la calidez del tono cromático hace a la persona resaltar por encima del resto. A esto se suma que, inconscientemente, se asocia el color rojo a la predisposición para mantener una aventura sexual.
La explicación biológica está relacionada con la psicológica.
En la misma revista del año 2010 se explica que los antiguos mamíferos ligados genéticamente al hombre, como los chimpancés, se valían de este color en la piel para lograr aparearse.
El método, de índole natural, consistía en enrojecerse las mejillas en los momentos previos a la ovulación, lo que estimulaba el deseo sexual de los machos. Ese atractivo, sumado al cambio hormonal, condicionaba la naturaleza del mono para cortejar a la hembra.
Un fenómeno que, aunque cambiemos de sistema político y mentalidad, sigue estando vigente en nuestros genes.