La pequeña localidad de Bengkala, al norte de Bali, cuenta con tan solo 3.000 habitantes, pero todos tienen algo en común: saben hablar el lenguaje de señas.
Sus 40 residentes sordos pueden comunicarse a la perfección con el resto de sus vecinos. Esta iniciativa deja patente el respeto de la población hacia cada uno de sus lugareños, sin distinción de ningún tipo.
40 de un total de 3.000 puede parecer una cantidad minúscula, pero en realidad se trata de una tasa alta en comparación con la de otras poblaciones. Normalmente, una localidad con esa densidad de habitantes debería tener una media de 4 residentes sordos.
Un artículo publicado en El País en 2016 destaca que el 2% de su población es sorda a causa de un gen dominante. Dicho artículo se basa, a su vez, en un estudio publicado por la revista Nature en la década de los noventa, donde se aclara que quienes viven en Bengkala tiene una «profunda sordera neurosensorial no sindrómica».
Según la investigación de Nature, la sordera se debe a «una mutación autosómica recesiva en el locus DFNB3». Esta mutación genética ha hecho que todo el que vive en Bengkala tenga, por lo menos, un familiar o un conocido con esa condición.
Los ciudadanos de este pequeño pueblo tailandés decidieron abordar esta variación genética con filantropía y humanismo, por lo que crearon su propio lenguaje de señas que lleva por nombre Kata Kolok.
Casi todos en Bengkala conocen el Kata Kolok. Incluso un 57% lo usa, aunque pueda oír. Una investigadora del Instituto para la Psicolinguistica Max Planck, Connie de Vos, pasó varios meses en ese lugar y escribió un libro donde comenta que, gracias a este lenguaje propio, las personas sordas no experimentan «desigualdades sociales».