Aunque ciertamente tiene su respuesta científicamente comprobada, cuestionarse si el huevo fue antes que la gallina o viceversa es algo que hasta al más avispado le obliga a detenerse un momento a pensar.
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Otra pregunta de este estilo es la que nos ocupa: ¿qué vino primero, el avión o el paracaídas? El planteamiento parece estúpido y hasta malicioso, ya que busca que dudemos de lo evidente para entonces pensar en la opción contraria y así equivocarnos. Sea como sea, aquí resolvemos la duda:
La historia responde
Los hechos son los hechos y la historia tiene, casi siempre, la respuesta correcta.
Ya en el año 852 d.C. Abbás Ibn Firnás realizó el primer diseño de paracaídas, que básicamente se limitaba a un gran trozo de lona. Obviamente no lo probó desde un avión, sino desde lo alto de una torre de la ciudad española de Córdoba. ¿Funcionó? Por desgracia no, y lo único bueno que sacó de la experiencia fue no haber muerto en el intento. Tan solo sufrió algunas heridas leves.
También aparece el paracaídas durante el Renacimiento, como se descubrió en los bocetos que tenía Leonardo Da Vinci entre sus papeles personales. Pero por aquel entonces todo estaba condenado a ser un proyecto.
Y llega el éxito
Finalmente, en el año 1797, André Jacques Garnerin entra en la historia como la primera persona en materializar una caída exitosa desde un paracaídas.
En esta ocasión no cometió el error de Firnás, sino que se subió a un globo lleno de hidrógeno que le elevó a una altura de mil metros sobre París. Esto, sin duda, le dio más margen al paracaídas de coger aire durante el descenso y expandirse debidamente, tal y como ocurre en la actualidad.
Todo esto le dio finalmente al paracaídas no solo carta de nacimiento, sino también la primacía sobre el avión. Aunque, si lo miramos con objetividad, el globo de hidrógeno sería como el tatarabuelo del actual aeroplano, así que el debate puede replantearse…