Burgos es una ciudad que sorprende al visitante no avisado por su riqueza cultural e histórica. No hay que olvidar que tuvo un papel muy destacado durante los siglos XIII y XIV al convertirse en capital intermitente de la Corona de Castilla.
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Surgió en el siglo IX al abrigo del castillo, una edificación que todavía se puede visitar y en cuyo patio de armas se conserva el pozo –de sesenta y dos metros de profundidad y más de un metro y medio de diámetro– que usaban sus moradores para abastecerse. Se encuentra rodeado por una escalera de caracol, formada por seis tramos diferentes, que desciende hasta la cota freática del río Arlanzón.
El visitante que llega a Burgos y comienza su visita por la catedral, es recibido nada más y nada menos que por el emperador Carlos V, el Cid y Fernán González, ya que las figuras de estos tres personajes aparecen en la fachada principal del arco de Santa María. Este arco fue en su día la puerta más importante de las murallas de la ciudad y, posteriormente, sede del concejo burgalés.
No muy lejos del Arco de Santa María se encuentra el Palacio de los Condestables, más conocido como la Casa del Cordón, uno de los edificios que rezuma historia en cada una de sus piedras.
Fue aquí donde los Reyes Católicos recibieron a Cristóbal Colon en su segundo viaje, el lugar donde falleció Felipe el Hermoso por causas no del todo esclarecidas y el palacio donde celebraron sus esponsales el príncipe Juan, el primogénito de los Católicos, y Margarita de Austria.
Además, y esto es un motivo de orgullo, fue precisamente en la Casa del Cordón donde Fernando el Católico reunió a los dominicos para que se redactaran las primeras leyes de la Historia en la defensa de los indígenas. Fueron las llamadas “leyes de Burgos” u “Ordenanzas para el tratamiento de los Indios”.
En ellas se establecía, por ejemplo, que una mujer embarazada a partir del cuarto mes no podía trabajar, que los indios podían tener propiedad privada o que sus amos les debían facilitar doce gallinas, un gallo y una hamaca para dormir.
Uno de los burgaleses de pro fue Cristóbal de Haro, un personaje desconocido por muchos visitantes a pesar de que su generosidad –costeó la quinta parte del presupuesto– permitió que se pudiera fletar la armada de la primera vuelta al mundo. Por ese motivo, cuando la nao Victoria arribó en Sevilla, el emperador Carlos V emitió una cédula en la que ordenaba que se entregase a Cristóbal de Haro todo el clavo que hubiese en el barco.
Merece la pena una rápida visita a su sepulcro –iglesia de San Lesmes– para contemplar, labrado en piedra, su escudo de armas, en donde aparecen barcos y especias.
Fue también en Burgos donde, en 1850, un adolescente de apenas veintiún años se decidió a abrir una librería, la cual ostenta actualmente el título de ser la más antigua de España (Hijos de Santiago Rodríguez).
Sin duda fue una verdadera proeza teniendo en cuenta que, en aquel momento, el setenta y cinco por ciento de la población española era analfabeta.
Los visitantes se sorprenden al descubrir, en el paseo del Espolón, un ancla labrada en el frontón de un edificio, concretamente en el Real Consulado del Mar, fundado en 1494.
Era una asociación mercantil encargada de controlar el comercio exterior burgalés, especialmente con Flandes. Además, durante mucho tiempo, fue aquí donde se redactaban las pólizas de seguros de viaje.
Si prolongamos nuestro paseo desde el Consulado del Mar, siguiendo el curso del río, llegaremos al Palacio de la Isla. Allí, el 1 de abril de 1939 se emitió el parte que puso fin a la Guerra Civil española y que empezaba con las consabidas palabras:
“En el día de hoy, cautivo y desarmado…”.
En este rápido y personal recorrido seguramente algún lector habrá echado en falta la catedral. La dejamos para otro momento porque, como diría Kipling, eso ya es otra historia.