Son muchas las ocasiones en que la acción humana ha sido señalada como causa de los males que sacuden nuestro ecosistema y, aunque así ha ocurrido en el caso de la “vegetación perdida” de la Isla de Pascua, la Isla de Rapa Nui, los últimos estudios e investigaciones parecen liberarnos de este “crimen”.
En cualquier caso, el lado bueno del Dr. Jekyll está haciendo un gran esfuerzo por reparar los estragos ocurridos en la vegetación de la isla y la recuperación del preciado árbol isleño, el toromiro, es casi ya una realidad.
Por fortuna para todos nosotros, parece que Mr. Hyde, podrá quedar en el olvido en esta mágica y bella isla…
El nombre se lo puso un navegante holandés Jakob Roggeveen en 1722, al descubrirla en el día de Pascua de Resurrección. También fue llamada “Isla de San Carlos”, en 1770, en honor al rey Carlos III de España.
Desde que así lo anunciara el Presidente de Chile, en agosto del año pasado, su nombre es ahora Rapa Nui, en honor a su ancestral y misteriosa cultura de la etnia rapanui.
Según las últimas investigaciones, la etnia rapanui proviene de las Islas Marquesas (Polinesia).
Se sabe muy poco de sus tradiciones y costumbres, entre ellas, que adoraban a sus ancestros, representados por las famosas estatuas gigantes de piedra o moais, de las que aún se desconoce cómo se realizaron y desplazaron, aunque la arqueología experimental ha demostrado que, al menos algunas estatuas, se hicieron en la cantera sobre marcos de madera para después ser transportadas usando la madera de la isla.
Esta isla empezó a poblarse alrededor del 400 d.C. Los polinesios llegaron seguramente por el año 1200. A partir del siglo XVI es cuando empezará la crisis de la isla. Hasta ese momento, la vegetación de la isla estaba dominada bosques de palmeras y arbustos bajos.
Pero, por la acción del hombre, y, a partir del siglo XIX con la introducción de animales de pastoreo, se degradó la vegetación natural, menguando considerablemente su árbol sagrado, el toromiro.
La Isla de Pascua, que está entre Chile y Polinesia, en medio del océano, acabó siendo punto de parada para los navegantes que iban de Sudamérica hacia Oceanía.
En 1965 se construyó el Aeropuerto Internacional Mataveri. Actualmente tiene algo más de cinco mil habitantes, de los que un 60% son chilenos y el resto de etnia polinésica.
Es una isla de origen volcánico, que tiene tres volcanes principales (Terevaka, Poike y Rano Kau), otros menores y varias cuevas volcánicas, además de dos lagos volcánicos.
Varios estudios paleobotánicos evidencian que hubo bosques húmedos de árboles, aunque éstos desaparecieron.
Ya a la llegada del holandés Jakob Roggeveen, en 1722, era un terreno árido, seguramente porque sus habitantes cortaron los árboles con el fin de transportar los moais, construir canoas, casas y también para quemar a sus muertos.
Desde hace décadas se intenta reforestar la isla, pero los fuertes vientos, el sol presente durante más de doce horas al día y la brisa marina juegan en contra.
A pesar de ello, se ha conseguido que haya unos 70.000 árboles, aunque se precisarían al menos 200.000 para detener la erosión del terreno.
Inicialmente, en 1900 y 1970, algunas zonas se empezaron a recuperar gracias a la plantación de eucaliptos, pero al ser un árbol que necesita grandes cantidades de agua subterránea, finalmente se decidió seguir repoblando con el “aito” (árbol de hierro), proyecto frenado por la falta de la financiación necesaria.
El árbol nativo de la isla fue el “toromiro”, extinguido, aunque gracias a las semillas que en su día viajaron a Europa y fueron a parar a jardines botánicos como los de Bonn y de Gotemburgo, se está tratando de reintroducir de nuevo.
Otro de los árboles autóctonos, también en peligro, es el “hau hau”, cuya corteza se utilizaba para hacer cuerdas.
Se cree que hubo una sobrepoblación en los siglos XV y XVIII que dio lugar a la sobreexplotación de los recursos de la isla, con la consecuente deforestación y guerras entre tribus, llegándose a dar casos de canibalismo, probablemente debido a la escasez de alimentos y las guerras, lo que les acabó llegando a tener que consumir carne humana para sobrevivir.
Al aumento demográfico ocurrido entre los años 700 y 1400 hay que sumar la introducción -en el siglo XIX- de animales de pastoreo, que llevó a la extinción de los bosques, provocando el cambio del ecosistema de la isla.
A decir verdad, existen otras otras tesis, como la de Terry Hunt y Carl Lipo, que consideran que fue la rata polinesia la que provocó la deforestación de la isla.
La teoría de Jared Diamond, publicada en su libro “Colapso”, aboga por la pugna entre las diferentes tribus para ver quién construía más y mayores moais, necesitando grandes cantidades de madera para poder ser transportarlos, lo que acabó deforestando la isla.
La falta de madera, conllevó que no se pudieran construir canoas con las que pescar, dando lugar a las guerras entre clanes y, finalmente, a tener que recurrir al canibalismo.
Sin embargo, un reciente estudio de la Universidad de Bristol, dirigido por la doctora Catrien Jarman y publicado por American Journal of Physical Anthropology, demuestra que los habitantes de la isla comían frutos del mar y cuidaban sus cultivos.
Se esforzaban en superar la fertilidad del suelo, mejorar las condiciones ambientales y crear un suministro de alimentos, lo que tiraría por tierra la teoría del “ecocidio” (que talasen incontroladamente hasta deforestar completamente la isla).
El caso es que el último árbol sagrado, el toromiro, que estaba en las laderas interiores del Cráter del Rano Kau, se derribó en 1960.
Afortunadamente, a finales de los 50, se recogieron semillas de este último árbol permitiendo que algunos ejemplares sobreviviesen en jardines botánicos de Chile, Europa y Australia.
El toromiro desapareció de su ecosistema natural. Hablamos de un árbol pequeño, o un arbusto perenne, que no llega a superar los 2 metros de altura y que vive una media de 55 años.
Era una especie abundante, pero la llegada de colonizadores europeos y el ganado en el siglo XIX dejó muy pocos ejemplares con vida.
En 1998 se llevaron unas 160 plantas a la Isla de Pascua pero, durante el periodo necesario de cuarentena, se infectaron de hongos y murieron.
Actualmente, para evitar tener que pasar la cuarentena, se está trabajando en viveros en el continente con distintas técnicas que parecen dar resultados positivos.
Uno de los problemas actuales para su cultivo hoy es la deforestación existente, pues el bosque que había antaño era una excelente protección tanto de la radiación como del viento.
Por eso, una vez que ha germinado la planta es cuando empiezan las dificultades, pues requiere de continuos cuidados para poder mantenerse.
Hay que resaltar el trabajo de la Unidad de Secuenciación a cargo de la Dra. Carolina Sánchez, junto con Genoma Mayor para la reconstrucción de la historia genética de la última población de toromiros de la Isla de Pascua con el fin de poder seleccionar plantas que permitan la reintroducción del toromiro en su ecosistema original.
La investigación genética ayudará en el proceso de reinserción de este árbol, ya que cuando se recogieron las semillas, a finales de los años 50, no había protocolos, lo que dio lugar a que podamos encontrar distintas especies híbridas en Francia o en España, por ejemplo.
Habría que distinguir entre las especies puras y las híbridas para saber qué es lo que se quiere conservar. Por eso esta investigación ayudará a seleccionar las plantas que se deben utilizar para el rescate del toromiro puro o, en su caso, las especies híbridas reinsertables en la isla.
Los resultados de este estudio ayudarán en la adopción de las decisiones más adecuadas para su reintroducción y conservación.
El toromiro tiene un gran significado histórico y cultural en la Isla de Pascua y, aunque hablamos de una especie extinguida en su ecosistema natural, gracias a los árboles provenientes de museos o jardines botánicos, se está intentando su reimplantación en la isla.
Aunque ciertamente existen toromiros en varias partes del mundo, al parecer todos provienen de la misma planta madre, lo que podría explicar las dificultades surgidas para su repoblación.
Esto ha llevado a poner el punto de mira en el estudio genético, que es lo que permitirá conocer los elementos que dificultan el normal crecimiento del toromiro en la isla, puesto que, cuando desapareció el último toromiro, no se tenían ni los conocimientos y ni las técnicas que existen hoy en día.
De momento, fruto del convenio firmado entre la Corporación Nacional Forestal (CONAF) y Genoma Mayor (de la Universidad de Concepción), se ha hecho un ensayo experimental con 23 plantas que parece estar dando resultados muy positivos.
Las plantas serán evaluadas periódicamente y, transcurrido el primer año, se realizará la evaluación final. El éxito de este proyecto será un indudable beneficio en favor de la biodiversidad.
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La Isla de Pascua, su historia, su leyenda, su misterio... en definitiva una isla mágica!! Esperemos que las investigaciones den sus frutos, un gran artículo.