Es posible que el mayor reconocimiento a este monarca, al que se le dio el sobrenombre de “El Magno”, sea debido a que, gracias a su fuerte personalidad y a una continua política de alianzas, logró consolidar el reino astur, el cual alcanza con él su máxima expansión.
En realidad tuvo un espejo en el que mirarse, no olvidemos que su padre, Ordoño I, fue uno de los más activos en ese largo periodo al que titulamos Reconquista.
Alfonso III consiguió llevar la frontera sur de Asturias hasta el valle del Duero, iniciando en él una importante repoblación que sentará las bases de la importancia posterior de esta zona peninsular, al tiempo que diezmaba las fuerzas islámicas. En ese aspecto político, no podemos olvidar que tuvo que combatir las revueltas de la siempre levantisca nobleza astur.
Pero no solo vamos a ver a Alfonso III como un político, también debemos destacar su enorme labor cultural y artística. Gracias a sus iniciativas fue posible la consolidación de la inventio jacobea en sus comienzos.
Viajó a Compostela, acompañado de su esposa Jimena, que será así una de las primeras mujeres peregrinas, para hacer la donación de una cruz de oro y pedrería montada sobre madera, siendo considerada la ofrenda a Santiago más antigua (y una de las más famosas) de la que se tiene constancia.
En una de las visitas realizadas por el obispo compostelano Sisnando I aprovechó este para solicitar al monarca el apoyo necesario para construir un nuevo templo, que fuera dedicado al Apóstol Santiago.
Alfonso aceptó y suministro una gran cantidad de materiales, fruto de sus conquistas. El monarca, volvería en mayo del 899 a Compostela para asistir a la consagración del nuevo templo.
Durante el reinado de Alfonso III tomó éste la iniciativa para establecer las cada vez más necesarias fundaciones hospitalarias a lo largo de los itinerarios de peregrinación a Compostela, tanto a su paso por Galicia como por Asturias.
El primer hospital para peregrinos se creó en el 883, en Villarmilde, en el trayecto que enlazaba Oviedo con Compostela.
Poco antes de morir, en el año 910, Alfonso III trasladará la capital del reino de Oviedo a León, circunstancia que contribuirá a la pérdida del protagonismo inicial que había cogido el trayecto entre Oviedo y Santiago, favoreciendo así al futuro camino francés, que surgirá y se consolidará por tierras leonesas a lo largo del siglo X.
Se pueden consultar algunos datos más de su biografía accediendo a: Alfonso III el Magno.