La Ruta de la Seda es la vía de comunicación del Oriente con Occidente desde la época del Imperio Romano hasta finales del siglo XVIII, perdiendo importancia, a partir del siglo XVI, cuando los portugueses logran dominar la navegación por el cabo de Buena Esperanza.
La ruta comienza en Ostia, Civitavecchia o Venecia, para llegar a Alejandría o a Estambul, a lo largo del Mediterráneo, para luego, en caravanas, recorrer Asia Menor y arribar a las ciudades que son la puerta de entrada a Asia Central, como son Bujará y Samarcanda, para terminar en la enigmática y sorprendente Xi’an.
Es una ruta que engloba muchas sendas: la Ruta del Desierto, que atraviesa el Taklamakan; la Ruta de la Estepa, en Asia Central, que fue la utilizada por el embajador español Clavijo para visitar a Tamerlán; y, por último, la Ruta de los Nómadas, que parte de Mongolia y llega hasta Persia y Anatolia.
La mayor parte de estos caminos se unían en Persia, lugar de donde llegaban, en el medievo, las riquísimas sedas, que servirán para conservar las reliquias de los hombres más santos de la cristiandad.
Asia o las regiones del Cáucaso son desconocidas por los europeos, aunque llevan siglos codiciando conocer sus secretos. Son regiones donde lo mágico parece ser su carácter distintivo.
Resulta evidente que la seda, las perlas o la porcelana, son productos suntuarios que no sirven para mejorar las condiciones de vida de la población, si bien mejoran la existencia de las clases más elevadas, aunque sí resultan muy importantes los conocimientos científicos que dieron lugar a inventos como el papel, la brújula o la pólvora.
Marco Polo, el comerciante que conoció más mundo que Alejandro Magno
El excepcional viaje de Marco Polo, un comerciante y diplomático en el imperio de Kublai Khan, confirma que existe un mundo fantástico fuera de los lugares que visitó Alejandro Magno. Su relato define la ruta que establecen los caminos que conectan Occidente con Oriente.
Aunque en sus páginas se habla de pueblos y paisajes específicos, su lectura nos hace soñar. Además, dichas páginas serán utilizadas por Cristóbal Colón para encontrar la ansiada ruta que comunique Occidente con Oriente, por mar, sin tener que atravesar las tierras de los infieles.
Las diferentes rutas están salpicadas de ciudades desconocidas, leyendas y nombres perdidos. Con la excepción de Marco Polo, pocas son las personas que recorrieron íntegramente el largo y difícil camino que unía el Mediterráneo con el Mar Amarillo.
Una ruta con beneficios para todos
La Ruta de la Seda no solo trasladaba los descubrimientos del mundo mogol y chino a Roma, Bizancio o Venecia, en realidad, era un espacio de ida y vuelta, ya que Occidente aportaba sistemas militares, productos y conocimientos a Oriente. Es un espacio en el que se ve como nacen y mueren civilizaciones, ciudades y puertos.
Podemos fantasear con el báculo en el que un monje saca clandestinamente las semillas de la morera y los huevos de los gusanos de seda fuera de la actual China; o estas mismas simientes escondidas en una caja de medicinas; y los huevos disimulados en el peinado de la princesa que se va a casar con el rey de Yutian, pero esto esconde, en realidad, el movimiento de hombres que durante siglos conformaron la historia de Oriente y Occidente.
Por los caminos de los mercaderes circulaba el lapislázuli, la seda, el incienso, el vidrio, los ajos, el jengibre, la alfalfa, pero también fueron los caminos que tomaron los seguidores de Buda, Cristo, Arrio o Muhammad para extender sus religiones.
La seda, el producto más emblemático de estos intercambios requería que, junto a los gusanos, se desplazaran los hombres y mujeres que conocían los misterios de la sericultura, de la misma manera que, al lado de las nuevas maneras de combate, estaban los soldados que eran capaces de practicarlas y enseñarlas.