Agustínde Hipona (San Agustín) nació en 354 en Tagaste (norte de África), actual territorio argelino, denominado Souk Ahras.
Es considerado el primer filósofo cristiano que surge de dos mundos: el helenístico, o clásico, y el cristiano, al ser educado principalmente por su madre en la fe cristiana, aunque recorrió varias escuelas de filosofía y oratoria, antes de abrazarla.
En el siglo V en que tocó vivir a Agustín, la teología se empezaba a ver como un esfuerzo humano para poder entender el verdadero significado de la Palabra de Dios.
En tal sentido, la revelación bíblica era su fundamento y la fe la inteligencia crítica, que, al juntarse adecuadamente, se complementaban para dar sentido a la vida del creyente.
Y la teología no debería ser considerada como una ciencia en sentido estricto, ya que la ciencia no puede basarse en la fe, sino en la comprobación.
Se sabe que Agustín estaba imbuido de las lecturas de los clásicos griegos, sobre todo de Platón y Cicerón. En realidad, el platonismo fue para él, y para muchos teólogos de la época, algo parecido a lo que fue el aristotelismo para la escolástica del siglo XII.
En esos tiempos, la filosofía era la verdad racional establecida que, con algunas pequeñas modificaciones, podría permitir a la fe tomar conciencia de sus razones y permitir la elaboración de una Teología.
En ese aspecto, mientras el aristotelismo era una reflexión sobre uno mismo para encontrar el camino hacia Dios, para el maestro, Dios no ha de ser una conclusión a partir del mundo, sino que se encuentra presente en la propia alma de los mortales.
Él decía algo como: entra en ti mismo, pues en el hombre interior es donde reside la verdad; y la base de su pensamiento, su punto de partida, era siempre el pensamiento que convergía hacia un diálogo interior entre el alma y Dios, solo eso.
Por lo tanto, para el ilustre doctor, la naturaleza deja de tener importancia como tal y la ciencia de la naturaleza pierde toda su perspectiva cósmica. Había nacido una corriente llamada agustiniana que determinaría el pensamiento cristiano durante varios siglos, oponiéndose frontalmente a la escolástica de santo Tomás de Aquino.
Otros aspectos importantes del pensamiento de Agustín están plasmados en muchas reflexiones y textos con frases como: “el mundo manifiesta a Dios, pero para buscarle, el hombre debe entrar en su interior, allí se verá como un ser transitorio o temporal” o “nos hiciste Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”.
Las Confesiones de san Agustín detallan sus memorias bajo dos aspectos primordiales: un diálogo consigo mismo ante Dios y otro distinto hacia Dios, lo cual es considerado como una magnífica innovación en la literatura del pensamiento, precedente que tarda en tomar cuerpo y vida plena en épocas futuras, cercanas a la nuestra, como una introspección y recuerdo a su pensamiento.
Bajo el punto de vista de esta moderna introspección, el doctor tomará conciencia del tiempo existencial y, al mismo tiempo, de la historia en general para crear una teología de la historia en la que se atreve a negar que la caída del imperio romano fuera ocasionada por el supuesto debilitamiento por la adopción oficial del cristianismo por parte del emperador Constantino.
A partir de esas reflexiones llega a la conclusión de que el hombre se encuentra entre dos ciudades: la de Dios y la del Mundo que, desgraciadamente, muchos confunden.
Pero, además, su conciencia de la historia le lleva a creer que lo importante no es la argumentación, sino la concepción histórica que se realiza en tres partes. La primera corresponde a las dos ciudades mentadas anteriormente, la segunda correspondería a la época de Abraham y la tercera coincidiría con el cristianismo.
En su etapa de profesor de retórica se preocupa de leer, estudiar y explicar a fondo a Cicerón, que le introduce en el mundo del pensamiento especulativo de la filosofía griega.
Podría decirse que Cicerón le enseña la desconfianza en la razón humana cuando decía: “si los sentidos me engañan alguna vez, jamás confiaré en los sentidos”. Y, en cambio, le impulsa a aferrarse al conocimiento de la verdad: “si alguna vez conozco con toda certeza la verdad, jamás podrá satisfacerme algo inferior a la misma”.
También escribe que el hombre puede conocer realmente verdades lógicas y matemáticas, pero su gran verdad evidente es el conocimiento de sí mismo.
Como aportación importante al pensamiento científico de nuestra época, nos basta la opinión del famoso astrofísico y profesor de matemáticas de Oxford, Roger Penrose, al afirmar que se trata de alguien con una “intuición genial” que se adelantó unos 1500 años al pensamiento de Albert Einstein y su teoría de la relatividad cuando afirmaba: “el universo no nació en el tiempo, sino con el tiempo, por lo que el universo y el tiempo surgieron a la vez”.
Como colofón a este artículo, no podemos olvidarnos de la “teoría de la iluminación”, formulada en De Magistro, en la cual nos dice que no existen vínculos naturales entre las palabras y las cosas, como afirmaban los estoicos, puesto que Dios ilumina las cosas percibidas por nuestros sentidos para ver y entender con claridad el hombre interior. De esta forma, el “logos corpóreo, queda transformado por la presencia íntima de Dios”.
Alberto Vázquez Bragado es licenciado en Historia por la universidad de Barcelona. Máster en Historia de la Ciencia por la Universidad Autónoma de Barcelona. Formación en Ciencias Económicas, Dirección de Empresas y Literatura. Autor de artículos de investigación en la revista científica Llull y de varios libros de divulgación científica. Twitter | Web