Toledo es una ciudad llena de historia, leyendas, misterios y entre sus monumentos se esconden cientos de curiosidades. Una de ellas es la que recoge The Guinness Book of Records: la ventana más pequeña del mundo. Se encuentra en la Calle Sillería y está integrada en el Casón de los López. En la piedra hay una inscripción en caligrafía árabe: “Talaytula” –nombre islámico de Toledo en el pasado–.
Turismo negro (tanatoturismo):
Actividades turísticas centradas en la muerte y el dolor
Son muchos los que sostienen, a pesar de que no hay documentación que lo atestigüe, que las bolas o esferas de piedra que se observan en numerosas casas, palacios o monumentos indican las ubicaciones de aljibes o pozos, en los que se podría conseguir agua si hubiese un incendio.
Una ciudad de calles robadas
De tiempos lejanos, cuando la ciudad era oscura y estaba llena de adarves, pasadizos y callejones, y cuando el espacio era un bien muy preciado y apenas había control municipal, data unos letreros que rezan: “Esta calle es de Toledo”. El viajero no advertido se encoge de hombros al tiempo que murmura: “¿y de quién iba a ser?”
Y es que durante dos siglos fue una práctica habitual robar calles con la intención de ampliar instalaciones o unir los callejones a las casas adyacentes. No se sabe cuántas fueron recuperadas por el cabildo para el uso público, pero se conocen al menos tres –las que lucen el rótulo-, siendo una de ellas es la Calle del Nuncio Viejo, próxima a la catedral.
Prohibido batirse en duelo
En una columna de la plaza de Zocodover –al igual que en otros lugares de la ciudad– hay una cruz labrada en los sillares de piedra, con ella se hacía referencia a que allí había tenido lugar una muerte violenta por un duelo con espada.
Este hecho estaba prohibido por el Concilio de Trento y si alguien fallecía batiéndose en tales circunstancias era obligado que el entierro se realizase en una fosa común. Al colocar la cruz se pedía que toda persona que la viera se detuviese y orase por el alma del fallecido, que había quedada anclada allí, sin poder llegar a alcanzar la otra vida. Por cierto, en esta plaza, siglos atrás, se celebraron desde corridas de toros hasta ejecuciones públicas.
Para evitar que un duelo se produjese de espaldas a alguna capilla de cierta relevancia o de un altar mayor, en algunas fachadas se colocaron cruces de madera, a cierta altura, bajo un pequeño tejado, algunas de las cuales todavía es posible verlas.
Gamberradas por doquier
Tanto en la puerta del Cambrón como en el muro de la catedral –en el Ochavo– hay pintadas de color rojo que fueron realizadas en el siglo XIX. Al parecer fueron gamberradas de universitarios tras conseguir el doctorado, en ellas aparece registrado el nombre del alumno y la palabra “vitor” (viva). Se cuenta que se realizaron con la sangre de animales que se sacrificaban en un matadero no muy lejano a esos lugares.
También fue una gamberrada la que cometió el escritor Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870) cuando dejó estampada su firma en la portada del convento de San Clemente. Al encontrarse a más de cinco metros de altura se piensa que la debió hacer de noche y con ayuda de alguna escalera. Fue precisamente en este convento donde, según la tradición, se realizaron por vez primera los mazapanes (1212), para combatir la terrible hambruna que había por culpa del asedio de los musulmanes.
Una de las formas más apreciadas del mazapán por los toledanos es la que tiene forma de anguila, esto se debe a que, hasta el siglo XIX, era posible pescar anguilas en el río Tajo y porque, además, el consumo de este pez está prohibido para los judíos por ser un pescado sin escamas.
Una última curiosidad, a los toledanos se les llama bolo, una denominación que recrea las palabras que pronunció el rey visigodo Recaredo cuando se convirtió al cristianismo en el III Concilio de Toledo (589): “ego volo” (“yo quiero o yo acepto”).