No solo es el intenso calor y la poca cantidad de agua disponible, otros factores definen lo que comúnmente se conoce como “desierto”. La variedad de factores dentro de estos ambientes extremos es lo que ha determinado, en gran medida, qué especies sobreviven y cómo se adaptan de formas extraordinarias a estas fuertes presiones ambientales.
Clima del Sahara:
Mapas de temperatura, climograma e información del tiempo en el desierto del Sahara
Como refugios predilectos para animales e incluso de otras plantas, la vegetación predominante en los desiertos constituye una de las formas principales para el mantenimiento de la biodiversidad por su capacidad de regular el agua, aportar nutrientes esenciales y crear microclimas particulares en estos ambientes en los que existe un alto nivel de competencia por los recursos disponibles.
Dentro de esta vegetación, los algarrobos (del género Prosopis), son de las especies que logran alcanzar la forma de “árbol” y cuya presencia dominante determina, en gran manera, la riqueza de los ecosistemas de los desiertos como el Monte Central en Argentina y el de Chihuahua entre México y Estados Unidos.
En este sentido, especies vegetales como los algarrobos se especializan en captar agua a través de tres medios reconocidos: superficial (lluvia), subterránea (manto freático) y atmosférica (neblina).
Para los dos primeros casos1, el sistema radicular desarrollado por los algarrobos se adapta a la disponibilidad de agua en función de las lluvias o canales freáticos: a mayor alcance (metros) del nivel de agua subterránea, raíces más profundas y de crecimiento rápido se producirán, mientras que, a menor distancia al nivel freático, se desarrollarán raíces más largas y de mayor recorrido horizontal, alcanzando incluso hasta los 50 metros de distancia3.
Para el tercer caso, se ha determinado también que los algarrobos pueden desarrollar raíces espaciosas a más de 10 metros sobre la arena para la captación de la humedad del aire proveniente de neblinas en los desiertos cercanos al mar o costeros, tal como se ha evaluado en el desierto de Sechura en Perú4.
A todas estas, el desarrollo de vegetación desértica ha podido generar, por un lado, la competencia por el recurso de agua entre plantas arbóreas, arbustivas y herbáceas1, así como, por otra parte, ha permitido la creación de espacios vitales para el desarrollo de plantas de menor porte, como las gramíneas, que se han visto favorecidas por la concentración de nutrientes como el nitrógeno y la humedad producida por la hojarasca de las plantas arbustivas ubicadas inmediatamente superior a éstas últimas2.
En zonas desérticas donde la temperatura alcanza valores altos importantes, el aporte de temperaturas bajas provenientes de corrientes de aguas en áreas costeras a los desiertos constituye factores de estabilidad importantes en el bioclima que incluye, a su vez, una alta concentración de nutrientes que pueden ser aprovechados por los organismos presentes en un fenómeno conocido como “sistema de surgencia costera”5.
En ambientes tan extremos como los encontrados en el desierto de Atacama, en Chile, la gaviota garuma (Larus modestus) es un tipo de ave marina que vive entre la costa y el desierto. Toma su alimento en el primer ambiente y forma nidos en el segundo. Para lograr esta hazaña, la gaviota garuma aprovecha las corrientes de vientos que, durante la madrugada, se producen desde los Andes y, con ellos, viaja a la costa para alimentarse y, durante la noche, emplea las masas de aire caliente que le ayudan a regresar al desierto5.
Sin embargo, el mayor reto para estas aves se presenta cuando llega el tiempo de cría, y es que las arenas en este desierto pueden alcanzar temperaturas de 61°C. Al respecto, el macho y la hembra de esta especie se turnan para proporcionar sombra a los huevos que están formados, a su vez por una cáscara especial, a diferencia de otras aves del mismo género, al presentar poros más pequeños que evitan la menor pérdida de agua posible, aunque esto ocasione que el desarrollo del embrión sea más largo debido a un menor intercambio de gases necesarios para su metabolismo5.
Otra especie, esta vez de la clase de los mamíferos, con características que le han permitido adaptarse y vivir frente a los cambios radicales de temperatura y precipitación en los desiertos, quizás de manera bastante inusual, es la marmosa pálida (Thylamys pallidior), un pequeño marsupial que, a diferencia de la mayoría que habita exclusivamente en los ecosistemas húmedos y tropicales de Suramérica, se desarrolla en el desierto del Monte Central en Argentina6.
Los estudios ecológicos hechos a esta especie parecen indicar que se trata de un marsupial con alta movilidad migratoria dentro de los espacios desérticos argentinos. Condicionantes ambientales desfavorables, como reducidos niveles de precipitación que llevan a un descenso drástico en las poblaciones de insectos que son su principal alimento, obliga a la marmosa a desplazarse a grandes distancias, lejos de los lugares de refugios iniciales. Como resultado, se trata de una de las especies desérticas que presentan una gran capacidad de adaptación.
Otras de las estrategias utilizadas por este marsupial para la adaptación, en épocas donde el alimento es escaso o comprometido, son6:
En esta breve compilación se expusieron algunas de las estrategias empleadas por los organismos vivos en algunos de los ambientes más extremos de la tierra que, al igual que sucede con el resto de los ecosistemas, se ven mayormente favorecidos o limitados por la presencia de especies de flora que condiciona el modo de adaptación de cada especie en particular.
Vegetaciones como el cactus (Cleistocactus acanthurus), presente en Illescas del desierto de Sechura en Perú3, ostentan, por una parte, la modificación completa de troncos y hojas para el almacenamiento de agua –que son fundamentales para las temporadas largas de sequía– y, por otra parte, la posesión de espinas transformas de esas hojas que, así como los faiques (Acacia macracantha), sirven para repeler a los herbívoros.
Por consiguiente, es de apreciar que las variadas formas de vida, tanto de flora como de fauna, encontradas en los desiertos, se presentan como un abanico de posibilidades ante la idea de considerar la vida misma como un principio de constante cambio que puede manifestarse bajo las condiciones más inesperadas.
María González, licenciada en Ciencias Ambientales por la Universidad Nacional Experimental Francisco de Miranda (UNEFM) de Venezuela. LinkedIn