La cotidianidad de los países subdesarrollados muestra diariamente momentos en los cuales algunas personas solicitan, de otras presuntamente mejor posicionadas en el escalafón socioeconómico, algún tipo de ayuda. Las causas de esto son muy variadas, y explicarlas todas llevaría más tiempo del necesario.
Estudiar la causa de este fenómeno nos puede conducir a muchas desembocaduras. La que elegiremos aquí será la vinculación entre las instituciones y su solvencia (o falta de ella) con la solidaridad presente en su respectiva sociedad.
Las instituciones surgen de la reunión de varios individuos para responder a las demandas de un determinado sector de la sociedad o de todos los sectores.
Como organización supraindividual, se compone de personas con diferente educación que, no obstante, se reúnen con un fin común. Se espera que estas personas tengan una formación mínima para ser dignas de confianza, y que cumplan con una reglamentación específica, ciertas normas.
Lo que avala o desacredita la calidad de las instituciones es el reconocimiento de medios especializados y las opiniones de las personas que reciben sus servicios, que son la razón de ser de tales instituciones.
Las personas tienen la expectativa lógica de que las instituciones y los individuos elegidos para desempeñar cargos de poder puedan atender sus demandas de diversas formas, como pueden ser las siguientes:
Las instituciones tienen un deber con la sociedad a la cual pertenecen; el deber varía de institución en institución, siendo más prominente en aquellas de carácter público.
Si persiguen el fin de lucrarse, lo harían otorgando algún tipo de beneficio a la persona o personas que recurren a ellas, interviniendo, aunque sea mínimamente, en el fortalecimiento del tejido social.
Entonces, ¿cómo podemos medir la solvencia de una institución? Debemos usar indicadores que nos ayuden a aproximarnos a la cuestión, como los siguientes:
Puede ocurrir que las instituciones fallen parcial o completamente al ofrecer sus servicios, no pudiendo satisfacer a las personas que depositaron su confianza en ellas.
Si el fallo es particular, es decir, que una institución determinada no puede estar a la altura de las expectativas, las personas recurren a una similar en su ámbito respectivo, que puede ser igual o más solvente que la institución anterior. Esto se considera normal.
Ahora bien, ¿qué pasa cuando la mayoría o todas las instituciones de un ámbito concreto no pueden solventar las demandas de la población? El fallo no es particular, sino estructural. Una distorsión o problema en la estructura en cuestión impide que las instituciones puedan cumplir con sus compromisos.
En estos casos, las personas recurren frecuentemente a circuitos o a entidades legales distintas, generalmente, no normadas para satisfacer las necesidades que no pudieron satisfacerse por las vías convencionales. Los individuos tienden a solicitar la ayuda, asistencia o colaboración de individuos iguales a ellos, apelando a la solidaridad social común de todos. Encontramos a menudo ejemplos de esto en redes sociales o en la realidad empírica de todos los días.
El espacio social que debería ser cubierto por las instituciones será ocupado por las fuerzas individuales si las supraindividuales no logran hacerlo satisfactoriamente.
Si las instituciones cumpliesen sus funciones, no habría necesidad de que las personas recurran a la solidaridad de sus similares. Éstas pueden depositar plenamente su confianza en el hecho de que serán respaldados por las entidades supraindividuales. Allí donde las instituciones no son efectivas ni solventes, la solidaridad social actúa, reconstruyendo y resignificando el tejido social.
Podemos concluir todo lo anterior con una fórmula matemática: a mayor solvencia institucional, menor solidaridad social, y a mayor solidaridad social, menor solvencia institucional. La relación entre las dos categorías es inversamente proporcional.