La Primera Guerra Mundial comenzó con un arrollador avance del ejército alemán que parecía imparable, aunque tomar Bruselas les había supuesto más dificultades de las esperadas y habían tenido que emplear mayor tiempo del planificado.
El objetivo era París y llegaron muy cerca, a unos 30 kilómetros de la Ciudad de la Luz. Pero el general alemán von Moltke dudó y decidió entonces abandonar el original plan Schlieffen debido, entre otras cuestiones, al cansancio de sus tropas.
Así cambió la idea de rodear París por la de intentar dividir al ejército francés. Esto permitió a los franceses reorganizarse y preparar la defensa de París.
La amenaza era tan real que el gobierno francés se retiró a Burdeos y el mariscal Joffre ordenaba una retirada estratégica de su ejército hacia el rio Marne.
A la par, el gobernador militar de París J. Galliene recibió la orden de defender la ciudad a toda costa y con todos los medios que estuvieran a su alcance. Un reconocimiento aéreo descubrió un punto débil en el ataque alemán, detectando que se podía atacar en un flanco concreto.
El 5 de septiembre, Galliene recibió la orden de enviar sus reservas al ataque hacia el Marne, donde se entablaría una de las batallas míticas de la Gran Guerra. Comenzaba la batalla del Marne.
El contraataque surtió efecto consiguiendo no solo frenar el ataque alemán, sino provocar su retirada al río Aisne.
Pero el problema que se le planteó a Galliene una vez había movilizado a cerca de 10.000 reservistas era cómo hacer llegar al frente aquel contingente ante la falta de transportes militares. La mitad pudieron desplazarse en camiones, pero para la otra mitad, el militar francés tuvo que tirar de ingenio.
Y aquí comienza la leyenda. Bajo sus órdenes se movilizó cualquier medio de transporte que pudiera trasladar de forma rápida a los soldados al frente.
Al igual que pasara años más tarde con la flotilla inglesa de embarcaciones privadas que ayudaron a evacuar Dunkerque al comienzo de la II Guerra Mundial, una caravana de taxis se dirigió al frente cargados de unos cuatro o cinco soldados cada uno.
El surrealismo llegó a tal extremo que algunos taxistas pusieron en marcha sus taxímetros dispuestos a cobrar la carrera, aunque no se conoce que se abonara factura alguna. Pero también existe la versión contraria que habla de un pago de la hacienda gala de unos 70.000 francos por estos servicios, cuestión que, de ser cierta, rebajaría en mucho el patriotismo parisino.
A 25 kilómetros por hora se acercaban los soldados al frente de una forma un tanto pintoresca. Si bien es cierto, este envío de tropas al frente no hizo declinar la batalla del lado francés.
No perdamos la perspectiva del pequeño número de soldados que pudieron llegar como refuerzo. Hablamos de unos 5.000 de la 7ª división de infantería en una batalla en la que los franceses emplearon a más de un millón de efectivos.
Pero el hecho en sí, en el momento más crucial, inyectó una buena dosis de moral tanto en la población como en el ejército. El viaje de vuelta no se hizo de vacío: los taxis fueron recogiendo heridos, mujeres y niños que huían de la tragedia. Se convirtieron en un símbolo de salvación para la capital francesa.
Varios de aquellos ejemplares se han conservado. Uno de ellos, el Renault G7 de ocho caballos, se exhibe en el Musée de l’Armée de París en recuerdo a aquella hazaña.
De hecho, han pasado a la historia como icono de la Gran Guerra al igual que los pantalones rojos del ejercito francés, las trincheras y las alambradas, las amapolas de los campos de Flandes, el avión del barón Rojo o el mismísimo casco con pincho de los alemanes.
El gobierno francés no perdió la oportunidad de hacer de este hito una buena campaña de propaganda para animar a los civiles a echar una mano en el compromiso bélico nacional.
La batalla del Marne salvaría París de ser tomada por los ejércitos del Káiser y marcaría el final de la guerra de movimientos, convirtiendo el frente occidental en un enorme campo de trincheras.
Con la llegada del invierno, todo aquel panorama se convirtió en un barrizal insalubre y la contienda se convertiría en una, aun más, brutal y mortífera guerra de desgaste que todavía duraría cuatro años más.