Existe una referencia excelente sobre la “última princesa azteca” que sobrevivió a la conquista española y ésta es la novela Isabel Moctezuma, la última princesa azteca, de Sara García Iglesias.
En ella se expone a Isabel Moctezuma como una mujer de carácter ecuánime, que evita ser presa de sus sentimientos, hasta el grado de convertirse en casi una observadora de los hechos que la rodean, como si solo viera cumplirse el destino de su pueblo, el fin del imperio Mexica, resultado de un encadenamiento de acontecimientos desconocidos que violentan sus creencias y su cotidianidad.
Aún cuando esperaban el regreso carnal de la segunda venida de su dios Quetzalcóatl (serpiente acuática fecundadora) de un autoexilio para mostrar sus atributos de divina dualidad: “movimiento y quietud”, “error y perfección”; la primera impresión que Hernán Cortés y sus soldados produce en el imperio Mexica es de confusión:
Se enteran que, cuando tocan tierra por primera vez, un viernes santo, todos los españoles iban vestidos de negro, con una capa negra, en señal de luto por la muerte de Jesucristo.
Les parece extraño a los aztecas la vestimenta, pero, sobre todo, les causaron admiración los cascos que llevaban sobre sus cabezas, las espadas, y el desconocido lenguaje que utilizaban. Y lo único parecido a Quetzalcóatl con Hernán Cortés era el físico: la barba y el color de piel.
A partir de estos y otros hechos, Sara García nos da a conocer a Isabel Moctezuma, que en realidad se llamaba Ichcaxóchitl Tecuichpo –flor de algodón–.
Es una mujer noble, hija de Moctezuma, que podemos decir “opta por la quietud de espíritu”, sobre todo cuando ve que su padre cae preso un 14 de noviembre de 1519, porque sabe que su presente y la continuidad de la vida mexica será distinta a lo que había sido hasta antes de la llegada de los españoles.
Ya nada puede hacer para cambiar los designios del destino y es testigo de la matanza del Templo Mayor, un 15 de mayo de 1520.
Se entera de que Hernán Cortés cree que Cuauhtémoc le ha tendido una emboscada y trata de disuadirle para que no ahorque al último tlatoani mexica, su esposo en ese entonces, cuando todavía era la última “princesa” azteca.
Cuando muere Cuauhtémoc (un 28 de febrero de 1525), Hernán Cortés bautiza a Ichcaxóchitl con el nombre de Isabel Moctezuma, en honor a Isabel I de Castilla, obligándola a vivir con él.
En una noche de borrachera, la viola y, de esa relación nace una niña a la que llama Leonor Cortés y Moctezuma, hija abandonada por ambos en su niñez y adolescencia:
Isabel Moctezuma veía que los rasgos físicos de la unión forzada representaban la destrucción de su pueblo; y para Cortés no significó nada importante el nacimiento de Leonor, solo había sido un “error” causado por un instante de embriaguez.
En ese tiempo estaba obsesionado por la desaparición del oro después de la Noche Triste, que así fue llamada, no porque hubieran perdido una batalla, el 30 de junio de 1520, durante la retirada de los españoles de la Gran Tenochtitlán, sino porque se había perdido “por arte de magia” todas las riquezas que tenían los aztecas.
Poco tiempo después, esa obsesión desapareció repentinamente para Hernán Cortés. Se supone que encontró parte de esa riqueza mexica y que, tal vez, Isabel Moctezuma tenga que ver con lo sucedido, porque, desde entonces, vivió protegida y respetada por Cortés y por los españoles, que la vieron vivir con lujos que alcanzaron a toda su descendencia –también a su hija no querida, Leonor– hasta ya avanzado el virreinato.
Al morir Isabel Moctezuma, empezó a existir el mito de que se llevó a la tumba parte del secreto de la Noche Triste y de un lugar llamado Cincalco, en el cerro de Chapultepec, la entrada al inframundo azteca, donde se podrían localizar joyas, piedras preciosas y oro.
En fin, es una realidad que tiene que ver con otro mundo, como los mitos, porque existen, pero son inexplicables…