Colonia (Köln) es la cuarta ciudad más grande de Alemania, situada a orillas del Rhin, en Renania del Norte-Westfalia. Es famosa internacionalmente por acoger a uno de los mejores carnavales europeos.
Uno de sus iconos es el puente Hohenzollern que, con sus 400 metros, atraviesa el Rhin y se postula como una de las postales preferidas por los turistas. Actualmente es uno de los puentes con mayor tráfico ferroviario del Viejo Continente.
Los coloneses están orgullosos de hablar el único idioma que al mismo tiempo se puede beber. Se llama Kölsch. Además de ser el dialecto de la ciudad, es una cerveza rubia afrutada y menos amarga que la popular Pils.
La rivalidad entre Colonia y la cercana Düsseldorf es tal que se pierde entre los reglones de la historia. El turista no advertido que visite Colonia no solo será incapaz de encontrar la Altbier –la cerveza de Düsseldorf–, sino que tampoco hallará un cartel indicativo que señale la dirección hacia la colindante urbe.
Durante la Segunda Guerra Mundial Colonia fue duramente bombardeada por los aliados, hasta el punto que quedó reducida a escombros en un 80% de su superficie. Se estima que –en el seno de la operación Milenio– la Royal Air Force realizó 272 incursiones aéreas.
La fastuosa catedral fue de los pocos edificios que sobrevivieron a los ataques. Sus torres, de casi 160 metros de altura son inconfundibles y han sido testigos mudos de la barbarie nazi.
La Kölner Dom se ha convertido en el símbolo por excelencia de la ciudad y, desde hace años, se encuentra bajo el paraguas de la UNESCO. Su construcción se inició en 1248 y se prolongó hasta 1880 –más de seis siglos–.
Tras su inauguración, ostentó durante 4 años el título del edificio más elevado del mundo, galardón que le arrebató el monumento a Washington, en la capital estadounidense.
En su interior alberga uno de los tesoros más importantes de Europa: la pieza de más valor es el arca que alberga las reliquias de los tres reyes magos. Los supuestos huesos fueron transportados en el siglo XII desde el Duomo de Milán, cuando Federico I Barbarroja –emperador del Sacro Imperio Romano Germánico– conquistó la ciudad italiana.
A comienzos del siglo XVIII un italiano afincado en Colonia –Giovanni María Farina (1865-1766)– lanzó al mercado una fragancia discreta y elegante bajo la marca “Agua Original de Colonia”. Según sus propias palabras olía a “una mañana de primavera en Italia después de la lluvia”. Para conseguir este aroma utilizó petitgrain, bergamota, limón, naranja, azahar, rosa con almizcles blancos y un corazón de romero y de lavanda.
El perfume era verdaderamente innovador, la fragancia era muy fresca en comparación con los vitoreados aromas franceses del momento. El perfumista fundó en su casa lo que actualmente se considera la fábrica de perfume más antigua del mundo. Actualmente unos coquetos números dorados inmortalizan sus orígenes: 1709.
Casi 100 años después, en 1792, el alemán Wilhelm Mulher creó su propia agua perfumada utilizando el nombre de Farina, con lo que estaríamos ante el primer caso de piratería comercial de la historia.
Después de un juicio rápido fue condenado culpable y obligado a modificar el nombre de su fragancia. Mulher optó por el de “Agua de Colonia Original Nº 4711”, designación que tomó de la ubicación de su fábrica en la calle Glockenstrasse –el Callejón de la Campana–. Con el paso del tiempo la Colonia 4711 se ha convertido en todo un referente en el mundo de las fragancias, aunque son pocos los que conocen su verdadero origen.