La imagen de la mujer en El Quijote es mucho más compleja de la que pudiéramos pensar a priori, especialmente si la comparamos con los retratos que nos ofrecen otros escritores de la época, que bien las menospreciaban o bien se limitaban a aplaudir su belleza.
Por una parte, Cervantes nos dibuja a la mujer idealizada –Dulcinea del Toboso– y por otra, formaliza un despliegue de féminas de diferente condición social y ocupación, ofreciéndonos un microuniverso extraordinariamente complejo.
Vayamos al comienzo. En el primer capítulo Cervantes nos hace una descripción del entorno del protagonista, de su hacienda, del rocín y de su perro, pero también nos cuenta que con él viven una ama y una sobrina, quizás su única familia.
Nos hace partícipes, asimismo, que el ama “pasaba de los cuarenta” y que la sobrina “no llegaba a los veinte”, la cual será, por cierto, la primera en sugerir la ignición de los libros y la que explicará al hidalgo que los volúmenes han desaparecido porque un encantador los ha escamoteado.
También la sobrina es la que insinúa la deflagración de los libros pastoriles cuando su desequilibrado tío pretende metamorfosearse en un bucólico pastor. Tan sólo al final de la novela –cuando don Quijote está a punto de morir– es cuando conocemos su identidad: Antonia Quijana.
El contrapunto lo pone Teresa Panza o Juana Gutiérrez –la esposa del escudero– es una mujer humilde pero con una dilatada cultura popular. En la primera parte aparece de forma accidental pero en la segunda cobra un protagonismo inusitado, siendo especialmente sugestiva la correspondencia que mantiene con la duquesa.
Cervantes se adelantó casi cuatro siglos a Navokov. Y es que El Quijote tiene su propia “Lolita”. Aparece en la segunda parte, es una joven de menos de quince años –según ella misma refiere– de nombre Altisidora y que declara su amor por don Quijote, que ya frisa los cincuenta.
Hay un pasaje verdaderamente divertido en el que Altisidora acusa al hidalgo de robarle tres pañuelos de cabeza y unas ligas blancas y negras “de unas piernas que al mármol puro se igualan en lisas”.
Otro personaje cargado de enorme magnetismo es la pastora Marcela. Posiblemente el más épico de toda la novela, símbolo del feminismo y la modernidad. De entrada, es llamativa su presentación: “…aquella endiablada moza Marcela, la hija de Guillermo el rico, aquella que se anda en hábito de pastora por estos andurriales…”. En otras palabras, tiene el hábito pero no es realmente una pastora.
Y es que, según se nos cuenta, era hija de un rico terrateniente que al fallecer la dejó toda su fortuna. La riqueza –unida a la belleza– cautivaron a un elevado número de pretendientes, pero Marcela, para preservar su emancipación, optó por renunciar a una vida acomodada y marcharse al campo.
En la venta de Juan Palomeque los protagonistas conocerán a Maritornes, una moza asturiana, epítome de la torpeza y la fealdad. Es gallarda de cuerpo, ordinaria en sus costumbres, ancha de cara, cargada de espaldas, tuerta de un ojo y del otro no muy sana.
En la novela tampoco faltan los himeneos, así en la segunda parte el escritor nos detalla –con todo fausto y boato– la boda entre el rico Camacho y la joven Quiteria.
Cervantes no es ajeno al acoso sexual de la época y nos describe mujeres atormentadas, hostigadas, contravenidas y ninguneadas, un fiel retrato del corsé social que le tocó vivir.
Así, se nos cuenta como Eugenio –literalmente, el de buenos genes, es decir, el que tiene buen linaje– acosa sin descanso a Leandra; también nos describe con todo tipo de detalles la historia de Dorotea, que tras ser violada por don Fernando, tiene que abandonar el hogar paterno para enmendar su ajada honra.
El personaje masculino volverá a aparecer en un nuevo acto de felonía, cuando compone su matrimonio con Luscinda, a espaldas de esta, que ya estaba comprometida con Cardenio.
Tampoco faltan Camila, a la que su marido persuade para que seduzca a su mejor amigo y así poner a prueba su lealtad; ni Zoraida, que tras abrazar la religión católica será repudiada por su propio padre.
No podíamos finalizar este personal recorrido por los personajes femeninos secundarios de El Quijote sin recordar a la bellísima Ana Félix, un personaje que aparece en la tercera salida del Quijote.
Se trata de una joven dotada de una astucia y una valentía sin iguales, que disfrazada de pirata conseguirá llevar a cabo una de las aventuras más prodigiosas de toda la novela. Para que luego digan que El Quijote es soporífero…