A pesar del vertiginoso avance hacia las nuevas tecnologías, las mismas que no dejan de sorprendernos, el ser humano se mantiene tal como ha sido siempre desde su maravillosa pero limitada condición.
Sabido es que se ha robotizado parcialmente el mundo de la industria y de las ciencias ligadas a la salud; mucho se ha evolucionado a favor del progreso en miles de técnicas. Pero lo cierto es que el hombre sigue teniendo las mismas características de siempre, porque, a pesar de los avances, no nos han convertido a los humanos en inmortales y tampoco han logrado introducirnos otro cerebro.
Las mentalidades van cambiando dentro de la evolución, y, paradójicamente, ha sido en esas transformaciones cuando se ha ido tomando conciencia del vacío en el que nos han sepultado tanto los avances tecnológicos. Agotados de la abundancia de escenarios demasiado artificiales, hemos llegado al punto de sentirnos necesitados de volver a las fuentes de la vida. Nuestro instinto primario es el que realiza esas reclamaciones, pero está en nosotros la determinación de oírlo o permanecer indiferentes.
Los humanos, en esencia, no hemos cambiado, será por ello que nos percatamos del riesgo que corremos frente a un mundo tan virtual y sofisticado, que ha llegado a contribuir desfavorablemente a atrofiar nuestros sentidos.
Ya no se practica con intensidad el uso frecuente de aquellas saludables cualidades concernientes a nuestras condiciones naturales como la de oler, detenernos a contemplar, oír bajito sin interrupciones, llegar a oír el silencio…, prácticas que tanto nos aportan. Las sensaciones son más importantes de lo que imaginamos, ella son las que nos permiten incorporar emociones, y, si no las consideramos, podríamos perder esa hermosa condición que nos hace realmente humanos.
Los sentidos son los que nos permiten notar de primera mano el verdadero pulso a la vida. Ellos son los encargados de que lleguemos a percibir el mundo que nos rodea, por lo que deberíamos plantearnos qué sería de nuestra vida sin esas sensaciones que nos aportan imágenes subjetivas de un mundo objetivo, ese que está fuera de nuestro «yo» más íntimo.
A día de hoy, lo que aparece como primario y elemental, resulta ser lo que nos permitiría el maravilloso retorno a nuestras emociones, porque ayudaría a mantener a flor de piel nuestra sensibilidad.
Desechar la sal de la vida solo podría conducirnos a un mundo ficticio, por eso la necesidad de tomar conciencia del verdadero sentido de vivir: tu vida eres tú y también está fuera de ti, en tu entorno; habitas un mundo que te brinda a cada paso elementos para que agudices tus sentidos y así poder llegar a vibrar en cada acción que realices.
Desde diferentes tendencias, hoy se intenta rescatar lo mejor de aquella etapa, cuando accedíamos solo a un mundo real, cuando todo se ofrecía en primera persona, los besos y los abrazos se sentían cálidos y no tenían la frialdad de los besos enviados con emoticonos, donde las viviendas olían a comida casera en determinadas horas del día, donde se daban paseos por los bosques pudiéndonos detener a oír los susurros del agua sin la interrupción de un móvil que sonara.
Es importante no dejar escapar la posibilidad de palpar la vida para no perder la esencia. Debiéramos buscar la manera de encontrarnos con todo lo que aún está ahí, esperándonos, lo cual no significa que debamos negarnos a las nuevas tecnologías, solo será cuestión de permitirnos espacios para nosotros mismos.
La vida nos ofrece posibilidades, no las dejemos escapar. De lograrlo, habremos vuelto a las fuentes. De eso se trata, ¡¡¡eso es vida!!!
- P. Iudin y M. Rosental. (1959). Diccionario de filosofía y sociología, Lenin: «Materialismo y empiriocristicismo», pag. 339. Buenos Aires, Argentina. Editorial Séneca.
Muy bueno!